¿Quién fue Gala? ¿La mujer que, en el pasaporte, se llamaba Helena Dmitrievna Diakonova (Kazan, 1894 - Portlligat, 1982)? ¿Una de las musas más extraordinarias que ha dado el Olimpo? ¿La esposa del poeta Paul Éluard y, después, del pintor Salvador Dalí? Estrella de Diego, comisaria de esta monumental exposición, lo tiene clarísimo: Gala es "coautora de tantos trabajos del pintor que desde principios de los años 30 firma con el nombre de ambos, Gala-Salvador Dalí". Y aventura: "¿hasta qué punto no se puede decir que Gala forma parte de esta maniobra del 'artista como obra de arte'?".
Servidor, que hace veinte años que estudia la obra de Dalí, no está de acuerdo. Tal vez el fotógrafo Brassaï acertó, cuando definió Gala como "amante, inspiración, maestra, musa y mujer de negocios todo a la vez" y responsable del éxito del 'fenómeno Dalí'. Yo añadiría que también hizo de 'madre' del artista. Más que una relación, deberíamos hablar de un ecosistema diabólicamente complejo donde los intereses compartidos van ganando espacio a la atracción.
La muestra detalla la simbiosis de esta mujer físicamente tan frágil, con un carácter increíblemente fuerte -cruel, dirían algunos-, con un genio de talla universal, tan vulnerable como inútil para las cosas más elementales de la vida diaria. La exposición nos habla, a través de manuscritos, fotografías, vestidos, dibujos, filmaciones... de la búsqueda de un espacio propio para Gala: el castillo de Púbol, de su identidad rusa, de su papel activo dentro del movimiento surrealista. Pero lo que impresiona es el enorme despliegue de óleos de Salvador Dalí con Gala como tema. Una treintena de obras maestras pintadas entre 1931 y 1979, procedentes de Madrid y de Figueres, pero también de pinacotecas de todo el mundo. Y es que estamos ante la exposición más ambiciosa del MNAC en años.
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