Para explicarlo de una manera muy breve: de Chirico (Volos, Grecia, 1888 - Roma, 1978) es uno de los creadores más significativos de las primeras vanguardias artísticas. Todo el mundo lo conoce como padre de la pintura metafísica: composiciones con perspectiva forzada donde conviven maniquíes y arquitecturas esenciales, como palacios o chimeneas, sin presencia humana.
Uno de sus primeros autorretratos –se hizo muchos– se titulaba '¿Y qué amaré, sino el enigma?'. Y eso es lo que encontramos, en la muestra del CaixaForum; un enigma como una catedral.
Vamos, primero, al audiovisual que nos muestra recortes de entrevistas con de Chirico. En una, afirma ser un gran defensor de los animales. "Pero usted come pescado", objeta el entrevistador. "Sí –responde, imperturbable, de Chirico–, es que una vez muertos, es lo mejor que se puede hacer, de los peces".
Y he aquí el 'Rosebud' de la exposición. Una exposición que, básicamente, enseña relecturas del período místico (1910-1929) realizadas a partir de la segunda posguerra mundial, con la fecha a menudo "alterada" por el mismo pintor. O sea, la muestra es una autofagia del primer de Chirico realizada por segundo de Chirico. Y que nadie se escandalice, este pintor y escritor es uno de los pioneros de la postmodernidad.
Fue tan mal comprendido como bien falsificado. Y él, que de egolatría iba bien servido, se zambulló en un barroquíssim juego de sombras, perspectivas forzadas y autoreferentes. Lo que lo siento, hay que decir, es que los responsables del CaixaForum no hayan explicitado mejor este fecundo, riquísimo doble enigma.
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