En octubre de 2012, un dron mató a una mujer de 67 años que recolectaba quimbombó frente a su casa en el noroeste de Pakistán. En una sesión informativa celebrada en Washington D. C. en 2013, el nieto de 13 años de la mujer, Zubair Rehman, que también resultó herido durante el ataque, habló con un grupo de cinco legisladores. «Ya no me gustan los cielos azules», dijo. «De hecho, ahora prefiero los cielos grises. Los drones no vuelan cuando el cielo está gris.» Con mi cámara atada a un pequeño dron, viajé a lo largo y ancho de los Estados Unidos para fotografiar los mismos acontecimientos que se han convertido en el objetivo de los ataques aéreos: bodas, funerales y grupos de gente que reza o hace ejercicio. También sobrevolé con mi cámara escenarios en los que los drones se usan por motivos menos letales, como prisiones, campos petrolíferos o la frontera entre los Estados Unidos y México. Las imágenes capturadas desde la perspectiva del dron entablan una conversación sobre la naturaleza cambiante de nuestras nociones de vigilancia, privacidad y guerra.
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