¡Viva la efeméride! El cubismo y la Primera Guerra Mundial no tienen nada que ver, aparte de que coexistieron. Pero si de esta confluencia ha salido una gran exposición, hay que celebrarlo.
En pleno centenario de la Primera Guerra Mundial, el comisario Christopher Green, bajo el paraguas del Museo Picasso de Barcelona, ha conseguido reunir 21 pinturas, 8 esculturas y 39 obras sobre papel de artistas cubistas residentes en Francia entre 1914 y 1918: Picasso, Braque, Gris, Rivera, Matisse, María Blanchard, Léger, Lipchitz y Severini. Casi 70 obras maestras procedentes de algunos de los museos más prestigiosos del mundo, como el MoMA de Nueva York, el Pompidou de París o la Tate de Londres. Se trata de una circunstancia prácticamente irrepetible.
De cubismo hay tantos como cubistas. Esta corriente artística trató de representar la realidad perceptible mediante el uso de la geometría, el acopio de diferentes puntos de vista, y la deconstrucción de la composición para acomodarla a la lógica interna de cada obra. El resultado es, a menudo, tan poco sensual como desconcertante. Las viejas eternas convenciones ya no servían.
Con la matanza más grande de la historia de Europa a menos de 100 kilómetros, una serie de expatriados y descartados para el servicio militar –Lipchitz era cojo, Matisse viejo– elaborarán en París una de las propuestas más interesantes de la historia de la arte contemporáneo. Una historia que Green nos narra año a año, del verano del estallido bélico en el armisticio final, entre los primeros collages y un cierto "retorno al orden", pasando por la sensualidad de Matisse, los divertimentos de Gris, las volumetrías de Léger o la sensualidad de Blanchard. Reina, sin embargo, con luz propia Picasso.
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