Enésima entrega -a pedacitos- de la colección Macba. La excusa o lema, esta vez, es 'Bajo la superficie' y articula un discurso en torno a la piel (girada) del arte. La responsable, María Antonia Perelló, conservadora de la colección, es tal vez la mejor conocedora del purgatorio que habita los sótanos de la plaça dels Àngels. Y lo demuestra en un recorrido breve, tan discutible como encantador, por las tuberías del 'mainstream' estético.
Para no perdernos, el invento arranca con referentes conocidos del gran público: un Tàpies de primera, acompañado de un Lucio Fontana canónicamente agujereado y de un Dubuffet arañado pero no mucho. Un festival expresivo contrastado por las huellas en Tipp-Ex de unos cuadros sugeridos por Ignasi Aballí (os ahorraré maldades sobre cómo de inocua me parece su obra). El recorrido se anima y es en los habitáculos más remotos donde logra un lirismo más grande: Rauschenberg despampanante, Dieter Roth (nunca suficientemente valorado!) volcando especies e incluso un Perejaume compostado.
Dos proyecciones destacables: Derek Jarman reflexiona sobre el azul, entre Klein y el sida; y Gregor Schneider nos angustia reduciendo su casa en un laberinto impracticable. También una sala empapelada con papel carbón que derrama azul de copia, al cuidado de Latifa Echakhch. Una pesadilla burócrata que aquí nos empieza a sonar... Por el contrario, me aburren el lirismo de Doris Salcedo -evocando las víctimas colombianas-, las capas doradas de Dora García e incluso las luminarias de Félix González-Torres. Interesantes los conductos de ventilación de Charlotte Posenenske y las tuberías de la israelí Sigalit Landau... Y a modo de 'selfie' final, un espejo gigantesco de Pistoletto en cuatro fragmentos. La superficie es el horizonte.- Ricard Mas.