Reseña

Brassaï

4 de 5 estrellas
  • Arte
  • Crítica de Time Out
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Time Out dice

Brassaï (Brassó, 1899-París, 1984) siempre fue un extranjero. Extranjero de su nombre -se llamaba Gyula Halász-, de su patria -nació en Brassó, entonces parte de Hungría en el imperio austrohúngaro, luego a la Rumanía transilvana: no obtuvo la nacionalidad francesa hasta el 1949-, y de su arte: lo hacía todo bien menos lo que quería hacer.
Y es que en 1924, cuando llega a París, lo hace con la idea de convertirse en pintor. Y se convertirá en un gran fotógrafo, un excelente escritor, gran empresario y relaciones públicas, incluso solvente escultor... Pero pintor, no.
Al entrar a ver esta exposición sobre el Brassaï fotógrafo, dad por hecho que váis a ver una muestra de un artista consagrado, que dominaba un arte indiscutible como es la fotografía. Pero nada de esto es verdad. O lo era. El mundo tenía sed de imágenes, que se consumían en revistas como 'Paris Magazine' -llenas de imágenes "picantes" o morbosas-, la cosmopolita 'Harper's Bazaar', o la selecta 'Minotauro'. Un fotógrafo no vivía de exponer o de hacer fotolibros. En Europa, cuando Brassaï murió, la fotografía acababa de entrar en el museo...
Brassaï, como extranjero, explora la noche de París -con chulos, prostitutas, "invertidos", y otras criaturas del subsuelo-, una madriguera de autenticidad que sobrepasa el escaparate de lo presentable. No es un cazador de imágenes, es un asesino con premeditación. No lo hace con la Leica, sino que carga una pesada cámara de placas de cristal con trípode y estudia y negocia cada instantánea.
Como extranjero, acumula imágenes de grafitis arañados en muros, de amantes, de gente haciendo una pequeña siesta en la calle, mujeres en oferta; y retratos. Retratos de creadores, como Picasso, Dalí o Jean Genet, de una naturalidad tan sólo factible cuando eres uno de ellos.

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