Cuando Bill Viola era un niño estuvo a punto de morir ahogado. Explica que en el fondo del lago, cerca de la muerte, sintió una enorme sensación de paz. La anécdota recurrente parece evocarse en muchas de las filmaciones del artista, situadas a menudo en la frontera acuática entre dos mundos, la vida y la muerte, la fragilidad de la esencia humana en contacto con las emociones primarias retratadas como ya lo hicieron los maestros clásicos.
Barcelona salda una deuda con el videoartista más famoso de todos los tiempos. La Pedrera le dedica la primera gran exposición en la ciudad -'Espejos de lo invisible'-, que más que una retrospectiva es una mirada histórica, desde piezas icónicas como 'Reflecting pool' (1979) hasta la más reciente 'Autorretrato sumergido '(2013).
La comisaria de la exposición y ángel guardián de la obra de Viola, Kira Perov, nos cuenta que no visualizaba el espacio: "No hay ni un solo ángulo recto en el edificio" para colgar pantallas. Finalmente, el virado a la penumbra de la primera planta posibilita la contemplación casi monástica que piden las introspectivas piezas a cámara lenta, "que obligan al espectador a submergirse" y que "cambian en respuesta al edificio", una transformación que también experimentarán otros espacios artísticos y religiosos de Girona, Vic y Lleida, que acogerán también obra de este humanista de la señal eléctrica.
Albert Serra y Jordi Savall son algunos de los invitados a las actividades paralelas, que tendrán su clímax en la Noche Bill Viola del 4 de diciembre, con programación específica en el Palau de la Música y el Liceu. Técnicas digitales punteras para empaparse de la mística de toda la vida.
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