A mediados de los años cuarenta del siglo pasado, Jean Dubuffet inventó el término "arte bruto" para referirse a las expresiones artísticas creadas por autodidactas, en la marginalidad, fuera de los circuitos establecidos del arte. En 'Bálsamo y fuga', Mery Cuesta traslada a la institución artística cerca de setenta obras realizadas por presos en centros penitenciarios de Cataluña, confrontándolas y fomentando las coincidencias con piezas de artistas consagrados de la colección La Caixa.
La apuesta es arriesgada, pero el resultado es digno de ovación. De entrada, la comisaria replica las estancias de una cárcel para trazar el recorrido expositivo (entrada, taller, patio, cubículo, escapismo y -l'anhelada- salida) y desglosa los temas recurrentes en la vida presidiaria, que están presentes también en las propuestas de autores consolidados. Proliferan los pájaros ('Pájaros', de Andrei Cristea, de Brians 2; 'Aves-Ucello', de Jochen Lempert) o los barcos (uno de colillas, de autoría múltiple; una pequeña joya que muestra la precariedad de materiales para trabajar), como alegorías de libertad, y las alusiones al paso del tiempo ('el gran reloj de arena', de Jorge Barbi; 'Patio gris', de Requena, de Cuatro Caminos). Aunque hay mucha figuración, también se flirtea con el surrealismo, que ayuda a ejemplificar las evasiones, con referencias claras a Dalí, Magritte o Ernst, y donde se dialoga directamente con pinturas de Ponç, Züschen y Barceló. La exposición elogia el trabajo de los monitores artísticos, que ofrecen nuevos referentes a los reclusos ampliando simbologías y conocimientos, y prueba que el arte es bálsamo y es fuga por quien lo crea, sea dentro o fuera de la cárcel.
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