Triunfan con Taberna Arzábal y se vinieron arriba (porque saben y pueden) abriendo el espacio privado Club A. Ahora, y sin salirse de su estimada área de acción (zona Ibiza), regresan a la tierra en todos los sentidos. Porque abren Lovnis (juego de palabras entre love y ovnis) y porque proponen una cocina para todos los bolsillos. Acaban de aterrizar y, aunque les sobre experiencia, aptitud y mano izquierda, será un verano de pruebas. Nos acercamos atraídos por sus luces y la promesa de algo nuevo.
Y es algo nuevo, sin duda, pero su propuesta mira por el retrovisor (de Ford Fiesta) para quitar el polvo y la grasa a los viejos platos combinados. Hacen de ellos una versión contemporánea, joven, mejorada, y los presentan, numerados por supuesto, en una carta equilibrada. No falta el clásico de huevos fritos con chistorra ni las opciones de pescado con ensalada pero van más allá. Hay ya lustrosas aportaciones como el picantón con tomate y patata asada y unas espléndidas albóndigas con pisto, y pretenden rotar algunos platillos siguiendo la temporada. Ahí están, entre los entrantes, esas sardinas a la parrilla. Bravas, rabas, boquerones fritos, ensaladilla rusa… Hits de siempre con o sin una pizca de modernidad pero siempre de primer orden. Esto huele a un nuevo éxito de este sagaz e inquieto dúo.
Un local amplísimo de dos pisos. Bulliciosa parte superior con barra y mesas altas y agradable comedor en la parte inferior. Todo muy dinámico y eficiente. Servicio joven con más o menos experiencia pero con ganas y empatía. Parte de la decoración/interiorismo mantiene guiños retro y cósmicos pero sin llamar la atención, acompañando el proyecto, buscando la comodidad por encima de todo. La vajilla Duralex, esas servilletas recias que te ponía la abuela del pueblo y las bandejas metálicas del comedor del colegio juegan con emplatados y presentaciones más actuales, igualmente funcionales.
En las mesas no pone Reservado, el cartel reza… Abducido. Y puedes serlo desde primera hora de la mañana. Sirven desayunos sin marcianadas. Bollería francesa y zumo de naranja. Ya no hay que ser Richard Branson para hacer un viaje estelar. Eso sí, será un viaje más en "modo Carl Sagan" que a lo ‘Interstellar’. Y mejor así.