“Lo singular es que fue una bodega de crianza. Ahora buscamos el mismo reposo y tranquilidad que tuvieron los caldos para nuestros clientes”, apunta Alberto Villar, socio fundador y guía por esta pequeña maraña de galerías repleta de hornacinas, símbolos masónicos, túneles clandestinos para el estraperlo y pistolas de la Guerra Civil. Top entre los restaurantes románticos y con más de 30.000 “visitas” al año, trabajan atentos al producto sin desoír las tendencias.
Time Out dice
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