A David Carabén le gustan las contradicciones. Mirad los últimos álbumes publicados por Mishima: todavía hoy cuesta decidir qué es mejor, si engancharse o no a lo que nos dará una insaciable 'Set tota la vida' (2007); el título de 'Ordre i aventura' (2010) habla por sí mismo, y 'L'amor feliç' (2012) no existía, desgarrado por la tensión entre el romanticismo y la vida en pareja. Ahora el quinteto de Barcelona vuelve con 'L'ànsia que cura', título contradictorio para el disco más arriesgado y más conservador a la vez de Mishima desde que iniciaron la trilogía de Cádiz que forman sus últimos trabajos.
Cuando Mishima bajaron por primera vez a El Puerto de Santa María para grabar 'Set tota la vida' en el estudio del productor Paco Loco lo hicieron para "salir de la zona de confort". "Buscábamos una autoridad frente a la cual te cagues -dice Carabén-, un lugar con cierta mítica que te pone firme y te pone a prueba". Paco Loco y su estudio cumplieron esta función a lo largo de tres álbumes, pero con el paso del tiempo los Mishima ya se sentían demasiado cómodos en Cádiz.
"Era como nuestra casa, y a Paco le teníamos tanta confianza que ya no le hacíamos tanto caso". Además, el grupo tenía la percepción de haber conseguido un hito. "Habíamos llegado a un punto con 'L'amor feliç' en el que ya no podíamos ir más allá". Necesitaban un cambio para seguir creciendo. Tenían que volver a abandonar la zona de confort, y esta vez el viaje les llevó a Francia.
Estirando el hilo de Dominique A
A los Mishima les gustó mucho 'Vers les lueurs' (2012), el último disco de Dominique A, a quien el grupo fue a ver en directo cuando tocó el año pasado en el Apolo, y a quien Carabén conoció una noche en el Heliogàbal. Estirando aquel hilo, los Mishima fueron a parar al estudio Black Box de Peter Deimel, cerca del valle del Loira, donde han grabado Anna Calvi, The Wedding Present y el francés Miossec, entre muchos otros.
Buscaban un lugar donde pudieran grabarse tocando todos juntos, porque una de las cosas que querían conseguir con el cambio de estudio era capturar en el álbum un sonido más parecido al de su directo. "En los conciertos mi voz se escucha mejor, la banda suena más contundente y hay una claridad en la que el público puede entender la guitarra de Dani Vega y de dónde sale cada sonido -explica Carabén-. Y la banda economiza. Vega no graba cuatro guitarras; escoge una línea y apuesta". Justo al contrario de lo que pasaba en las producciones de Paco Loco, en las que las capas de sonido se superponen en la estela del muro de sonido de Phil Spector.
De Peter Deimel explica Carabén que "viene de la escuela de grabación de Steve Albini -productor estrella desde los 90-, con el que son íntimos amigos y han trabajado juntos muchos años, y tiene una aproximación muy pura a la grabación. Se trata de que el instrumento suene bien sin falsificar nada. Él pide que la ejecución sea tan perfecta como sea posible para captar la realidad, para hacer un auténtico retrato del grupo en este momento". Lo que buscaba Mishima.
Entre el riesgo y el instinto conservador
La paradoja es que arriesgarse a grabar en el extranjero con un productor que no conocen ha hecho de 'L'ànsia que cura' un disco más clásico que 'L'amor feliç', en el que las canciones tomaban caminos inusuales. Es otra consecuencia de la búsqueda de la instantánea que el grupo hace con su nuevo álbum. "Para provocar otro cambio, no le llevé las canciones a la banda hasta que faltó poco para ir a grabar -explica Carabén-. Quería que fueran algo poco vivido por la banda, que hubiera cierta urgencia. Esto nos permitía ser más pop, pero también menos innovadores".
La tensión entre el riesgo, el cambio y el instinto conservador es así uno de los ejes del álbum. En 'La brisa', el tema que lo abre, el cambio es "el ansia que cura" del título, pero genera sentimientos tan ambivalentes como sobre lo que David cantaba en 'Qui n'ha begut', canción con la cual tiene ciertos paralelismos. Apunta Carabén que sigue la tradición de las canciones que utilizan el viento como metáfora del cambio, como 'Blowin' in the wind', de Bob Dylan, y 'Al vent', de Raimon.
Un cambio en la sociedad a la que Carabén se refiere con otra metáfora, el zapping. "Es una idea mucho más poderosa que el mero cambio de canales -explica-. Expresa la vida como la vivimos hoy, el cambio de pareja, el cambio de muebles de IKEA, el cambio de trabajo, el cambio en la relación entre la privacidad y lo público que suponen las redes sociales... Son cambios que en otra época se verían como revolucionarios y que ahora nos tragamos como quien compra una barra de pan. Antes todo era para siempre".
¿Y qué es lo que David Carabén quisiera que fuera para siempre? Lo canta en 'El corredor', otro de los temas importantes del álbum, en el que agradece al público y a su banda que le sigan apoyando, desde la conciencia de que "todo cuelga de un hilo". "Soy muy feliz con mi vida, pero esta felicidad siempre parece estar en peligro". El corredor es el corredor mediterráneo, "el sitio donde Mishima hemos sido felices, donde hacemos giras, donde yo puedo ser músico, donde la gente se cree mis canciones y las entiende. Es el paraíso que no sale en los mapas".
Representaciones del paraíso
El paraíso es el gran tema del álbum, Carabén lo ha querido y lo ha buscado de forma deliberada. Pero, de nuevo, se manifiesta con ambivalencia, como una realidad, una aspiración o un recuerdo. En 'Mentre floreixen les flors' es la isla de Lampedusa, donde se contraponen dos visiones del paraíso.
"Los occidentales se van a un lugar que les parece exótico a pasar las vacaciones y los africanos entran en Europa"; un recuerdo poético a los casi 400 inmigrantes ahogados intentando llegar a la isla siciliana en 2013, con el que Carabén ha querido combatir su tendencia a no escribir sobre la actualidad. También se ha querido poner a prueba como compositor en 'Ja no tanca els ulls', abordando el subgénero de las 'teen tragedy songs', en las que jóvenes en la flor de la vida mueren en accidentes de tráfico, y que le ha permitido "hacer una instantánea de un momento glorioso de juventud".
En la portada y la contraportada, unas flores marchitas y un Volvo abandonado -fotografiado por Alberto Polo en el exterior del estudio donde grabaron el álbum - ejercen de naturalezas muertas, de memento mori, "de paraísos perdidos", dice Carabén. A él le gusta la contradicción inherente en la foto de unas flores marchitas o de un coche de lujo hecho polvo.