Marc Azcona trabajó en la televisión, pero después de presentar un programa infantil decidió que quería vivir la vida. Y la empezó a vivir en su propio local. Cal Brut es un recopilatorio de todos los bares y lugares que ha visitado en sus aventuras: “Es como mi habitación”, confiesa. Ha encontrado la fórmula para ahuyentar a los turistas y fidelizar a la gente del barrio. Es el psicólogo definitivo. Cada rincón está impregnado de sus vivencias. Han sido seis años al límite y ahora el bar empieza a funcionar, pero las facturas le importan un bledo. Sabe que ha parido un lugar especial: “Aquí se han formado parejas, se han reencontrado amigos que hacía 20 años que no veían, me dan una pasta y no lo traspaso”. Más claro, el agua.
La mística del bar es una fuerza insondable que atrae al ser humano desde hace siglos. Dicen que la familia es el refugio definitivo, pero ¿dónde nos refugiamos de la familia? En el bar, siempre en el bar. Así pues, un lugar de importancia tan vital para mantener el juicio en los tiempos que corren no puede ser un lugar deprimente, regentado por gente deprimente. Un bar, entendido como un santuario espiritual del beber, como cobijo personal e intransferible, ha de tener un elemento fundamental que lo haga respirar y fidelice la clientela: la huella de su propietario.